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EMPIEZA EN CASA LA LUCHA CONTRA LA CORRUPCIÓN

El ombligo de Venus
Edith González Fuentes
19 de Junio de 2008

Cuando un pueblo decide frenar el abuso, o exige que se repare un agravio, es muy probable que tenga éxito. Para ejemplo basta un botón: ahí está la noticia de que el cardenal Íñiguez giró la orden para que se devuelva al gobierno de Jalisco el dinero que malamente se le había donado para la construcción de un museo

Ojalá que este tipo de experiencias no se olviden y se tengan en cuenta para nuestro futuro próximo.

Digamos que nos organizamos y emprendemos una cruzada, una lucha permanente y sin cuartel para que desaparezca del mapa nacional uno de nuestros grandes flagelos: la corrupción.

Empleemos nuestra actitud diaria en esta larga revuelta contra el envilecimiento . Esa que hoy permite a un plomero, u otro oficial, pedir dinero para el material y no volver. Esa que hoy permite a tianguistas colocar fruta o verdura de primera a la vista y de cuarta abajo del montón. Esa que hoy permite anunciarse como el mejor producto del mundo o recomendado por diversas asociaciones, cuando la mentira es la que prevalece. Esa que hoy permite meterse en filas de espera con el pretexto de que “tengo prisa”. Esa que hoy permite regar con nuestra agua el cemento de la banqueta o darle un baño al automóvil. Esa que hoy permite golpear o violar a familiares cercanos. Esa que hoy permite pedir dinero prestado para no devolverlo. Esa que hoy permite decir sobre un cadáver “es que venía borracho”. Esa que hoy permite matar por obtener fácil un teléfono móvil.

Hospedemos en nuestras almas a un mexicano, que fue, que necesitamos que sea. A ese mexicano respetuoso y tolerante con los demás. A ese mexicano hospitalario: “Pase a su pobre casa”, decían. A ese mexicano honrado y honesto que sentía vergüenza cuando alguien de su familia lo ponía en deshonor. A ese mexicano que hablaba y actuaba de acuerdo a valores que anteponían el bien común. A ese mexicano de palabra y cumplidor. A ese mexicano solidario que salió a la calle en los trágicos sucesos de 1985. A ese mexicano que te extendía la mano para ayudarte. A ese mexicano que se ganaba el pan con su sudor, chambeador y que ahora sólo lo hace allende la frontera norte.

Enterremos a la corrupción, no por eslogan, ¡no! No por consigna de campaña política o gubernamental, ¡no! Tenemos que mejorar nuestra convivencia para construir un país habitable, un país solidario, un país afanoso, un país más justo y equitativo, un país sin hambre y sin sed.

Aspiremos a decir con orgullo “¡como México no hay dos!” No para alimentar el chauvinismo ramplón sino por la construcción de un país próspero para sus habitantes, para cada uno de nosotros. Un país en cual respetemos las normas jurídicas que rijan nuestro proyecto —del cual, por cierto, carecemos—.

¿Que buscamos la Atlántida? ¡Pues claro! Por qué buscar la utopía en el más allá; no esperemos que nos la dé Dios o la virgen, busquémosla nosotros, trabajemos por ella. Demostrado está que la partidocracia es incapaz de hacerlo, enfrascada en sus propios líos que nada tienen que ver con las necesidades de trabajo, casa, vestido, educación y comida de la gran mayoría del pueblo, de ese pueblo en el cual reside la soberanía y que han convertido en ciudadano pero que tiene los mismos padecimientos y al cual intentan ver como niño y acallar con caridades públicas y privadas.

¿Y la reforma del Estado? En el claustro de los intereses creados.

Un breve parpadeo: anuncios publicitarios por doquier, sin ton ni son; cadenas, lazos, cubetas y otros objetos en banquetas y calles; puestos callejeros de todos los colores y sabores; anarquía arquitectónica en las decenas y decenas de nuevas construcciones: ¿Qué hicimos y hacemos con la antes imponente Ciudad de los Palacios?

El Universal (19 de Junio de 2008)
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