LEONA VICARIO Y SU GRUPO DE MUJERES QUE
APOYARON EL MOVIMIENTO DE INDEPENDENCIA
El ombligo de Venus
Edith González Fuentes
19 de julio de 2007
Si la memoria no me traiciona, no se le menciona en la emulación
anual del Grito de Dolores. En 1821, el Cabildo de Saltillo, al
declarar la independencia, decretó que La Villa de Santiago de
Saltillo dejaba su nombre para tomar el de la heroína.
Desafortunadamente para 1827, se declaró la ciudad de Saltillo
como capital de Coahuila. En las aulas de la educación primaria se
le menciona de pasadita como militante del movimiento de
independencia con el detalle adicional de que el alumno nunca se
entera cuales fueron sus méritos. Es reconocida como la primera
periodista de México. Sus restos descansan desde 1925 en el Ángel de
la Independencia de la Ciudad de México después de pasar algún
tiempo junto a los de su esposo ,Andrés Quintana Roo, en la Rotonda
de los Hombres Ilustres.
María de la Soledad Leona Camila Vicario Fernández de San
Salvador, conocida solamente como Leona Vicario, encendió la
antorcha nupcial en la hoguera del patriotismo —como diría Ignacio
Ramírez—; a los 19 años demostró un amor sublime por el gestante
movimiento o revolución de independencia.
Engrosó las filas de la lucha independentista, es cierto, por
influencia del hombre que después sería su esposo, pero sus acciones
y méritos no las realizó a la sombra de él, fueron su carácter y
firmeza de convicciones las estrellas que iluminaron su proceder.
Leona Vicario nació en la capital de la República el 10 de abril
de 1789 en un hogar criollo acomodado. Muy joven —a los 18 años—
fallecieron sus padres, por lo cual quedó al cuidado de un tío de
nombre Agustín Pomposo, quien además fungió de albacea. Andrés
Quintana Roo, estudiante de la carrera de derecho trabajaba en el
despacho del tío, lugar en el que se conocieron y enamoraron.
Quintana Roo pidió la mano de Leona Vicario, misma que le fue
negada por su precaria condición económica.
Ella huyó de su casa al pueblo de Tacuba para unirse con Andrés.
En ese lugar motivó y organizó un grupo nutrido de mujeres (incluyó
hasta su ama de llaves) para apoyar al movimiento de independencia.
Sufrió interminables persecuciones de los realistas por las
tierras del sur junto con su marido. Peregrinaban miserablemente por
campos y aldeas, llegaron a pasar las noches en cuevas, por cierto
en una de ellas, en las Barrancas de Sultepec, en enero de 1817,
nació su primera hija, Genoveva, a la que llevaron a bautizar a un
pueblo cercano en un huacal (después, todavía en plena guerra
concibió otra niña). Más al sur, y ya agobiada por la fatiga, el
hambre y la maternidad se entregó a los españoles, protegiendo
además la huida de su marido.
Antes de caer prisionera por primera vez en 1813 y todavía en la
ciudad de México, sus actividades políticas de conjura fueron
múltiples. Salió de las teñidas rojas masónicas, que organizaban el
grupo de conspiradores conocido como Los guadalupes.
Sostenía correspondencia con los alzados y no pocas informaciones
de su parte sirvieron para salvar situaciones delicadas. Recibía en
su casa a jefes insurgentes, ayudaba a las familias de los presos,
reclutaba hombres, convencía a jóvenes para la causa. Ayudaba a
cuidar y curar heridos y además intervenía con su esposo en la
elaboración de planes y estrategias de guerra.
Contribuyó con diversas cantidades económicas y llegó a vender
sus joyas para mantener la causa. Se sabe que llegó a aportar, en
una ocasión, la friolera de ochenta mil pesos.
Quizá lo más trascendente: al escribir en El Ilustrador Americano
estableció una comunicación en clave mediante informes publicados
en el periódico, el que también sirvió para intercambiar noticias.
Al escapar de su primer confinamiento, continúa difundiendo
—aparentando ser corresponsal de guerra— las nuevas del frente de
batalla. Trasladó una imprenta en la huida. (Continuará)
El Universal (19 de Julio de 2007)
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