LAS BUENAS Y MALAS HERENCIAS
El ombligo de Venus
Edith González Fuentes
23 de Agosto de 2007
Esa tarde el cielo nos regalaba repentinas y
sonoras luminosidades, después vino la lluvia. Permanecí en casa y a
“escondiditas” escuchaba platicar a los abuelos, quienes disfrutaban
su tertulia.
La reunión se acompañaba de un espumeante chocolate a la
española, “chopeado” con el ya casi desaparecido y exquisito pan de
dulce recién comprado en la panadería.
En esa ocasión se acordaban de aquel México del primer lustro de
los 60, —el de “Los olvidados”—. Un México de ilusiones (y
realidades, la industria creció 52%), que intentaba emerger al mundo
desarrollado, que debía su energía, pese a las indignantes
diferencias económicas, a una pujante e ilustrada clase media
urbana.
Un país que vio nacer en su capital al Centro Médico Nacional del
IMSS, al ISSSTE, los museos de Antropología e Historia, de Arte
Moderno e Historia Natural, al Instituto Nacional de Protección a la
Infancia (hoy DIF); ésta fue la mejor época de los desayunos
escolares, se declaró el dominio nacional sobre la plataforma
continental, la nacionalización de los recursos eléctricos. Hubo
participación de utilidades para los obreros, apoyos al IPN (se creó
Zacatenco), se llevó a cabo la declaración de la desnuclearización
de América Latina (tratados de Tlatelolco), se recuperó el Chamizal
(pequeña porción de territorio perdida por el cambio de curso del
Río Bravo) y se obtuvo la sede de la XIX Olimpiada.
Ese gran México, que con inteligencia y astucia lograba rutas
propias, no siempre en coincidencia con los designios de Estados
Unidos; de ahí la buena reputación de la diplomacia que nos
caracterizó, la que mereció un Nobel para Alfonso García Robles
quien con dignidad, se opuso a la expulsión de Cuba de la OEA.
Hablamos del periodo del presidente Adolfo López Mateos, hombre
visionario que visitó a muchos jefes de Estado y recibió a otros
tantos —incluidas las carretadas de confeti que los “acarreados”
lanzaban a los distinguidos visitantes—. Debido a esto, el ingenio
mexicano bautizó al gobernante con el mote de “López Paseos”
Quizá la herencia más importante de aquella época, cuya vigencia
cobra gran importancia en la actualidad, sea la Comisión Nacional
del Libro de Texto Gratuito.
Sí, era un México autoritario, una “dictadura perfecta”, aunque
según notamos, el pueblo tenía un lugar en ese engranaje.
Jaime Torres Bodet fue el secretario de Educación Pública que
puso en 1959, a consideración del presidente López Mateos, la idea
de distribuir en forma gratuita los libros de texto que
contribuirían a que en realidad la primaria no representara gasto
alguno para las familias mexicanas. El presidente hizo suya la idea
del intelectual y político, con el añadido de que los textos serían
para todos los niños mexicanos.
Quien se encargó de llevar a buen puerto la concreción del
proyecto fue el escritor Martín Luis Guzmán.
“Eso sí” –indicó a Torres Bodet el presidente al firmar el
decreto- “deberá usted velar porque los libros que entregue a los
niños nuestro gobierno sean dignos de México, y no contengan
expresiones que susciten rencores, odios, prejuicios y estériles
controversias.”
Los miembros de la comisión fueron: Arturo Arnaiz y Freg, Agustín
Arroyo, Alberto Barajas, José Gorostiza, Gregorio López y Fuentes,
Agustín Yáñez. Equipo variado: un historiador, un político, un
matemático, un poeta y dos novelistas, todos destacados en la rama
del saber a la que dedicaron su vida.
Así, en dos años más, los libros de texto gratuitos cumplirán
medio siglo de existencia.
Hace 48 años, se plantearon las siguientes metas, sumamente
inteligentes, ambiciosas, claras:
• Desarrollar a los educandos y capacitarlos para la vida práctica
• Fomentar la conciencia de solidaridad y las virtudes cívicas
y muy principalmente
• Inculcarles el amor a la patria, alimentado con el conocimiento
cabal de los grandes hechos históricos que han dado fundamento a la
evolución democrática de nuestro país.
Esta última frase “estaría por verse”, aún en la actualidad, pues
como ha quedado demostrado en nuestra vivencia diaria, en la
cotidianeidad, elegir a los gobernantes es sólo un aspecto, una
dimensión de la democracia.
En aquella época de dominio casi absoluto del PRI, la democracia
no pasaba de ser un buen deseo, una esperanza de organización social
a la que tenemos que seguir aspirando, pese a que ya con López
Mateos, las complejidades de la sociedad se manifestaban con gran
empuje, prueba de ello es que la tibia respuesta fue la creación de
la figura de diputado de partido.
Un breve parpadeo: El huracán Dean puso de manifiesto la grandeza
de la solidaridad mexicana. Es una verdadera lástima que sólo en las
grandes peligros aprovechemos nuestros valores para salir adelante.
El Universal (23 de Agosto de 2007)
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