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 Nota facilitada por: Jessy




 

LA VIOLENCIA GERMINA EN UN MÉXICO IMPOTENTE

El ombligo de Venus
Edith González Fuentes
13 de Marzo de 2008

En días recientes, ella llegó con ilusión a su chamba en tierras chintololas y desempeñó el trabajo asignado con la responsabilidad acostumbrada.

Ganarse el pan diario es difícil, aunque, debemos reconocerlo, algo sumamente grato. Debido a que no llevaba su automóvil, pues estaba en reparación, echó a andar para llegar a la calle principal, donde tomaría el transporte para regresar a su casa.

En el camino hizo una llamada por su celular, justo al cruzar el bello parque de La China. Al parecer ese fue su error: dejó ver que traía un teléfono por el que dan un máximo de $200. Unas cuadras adelante llegó a la ancha avenida que soporta un enorme tráfico vehicular en sus seis carriles, tres de ida y tres de regreso.

Ahí, a la vista de muchos, dos jóvenes la abrazaron por la espalda y le pidieron sus pertenencias, pero sobre todo, exigían el celular.

En rápida acción de supervivencia se lanzó al piso y se hizo “conchita”, los tipos intentaron arrancarle sus propiedades, al no conseguir el objetivo, comenzaron a patearla y a golpearla con sus puños cobardes, con los mismos que más tarde acariciarán a sus seres queridos. ¿Sabrán dónde y qué hacen sus hijos, o ellos los enviarán?

La desigual lucha prosiguió, la policía brilló por su ausencia, nadie se dio cuenta, nadie llegó.

En medio de la desesperación, ella gritó, de repente sintió algo duro en la espalda… y en el abdomen, los mozalbetes huyeron sin botín, impunes, prestos —estoy segura— a encontrar un celular más.

Ella sintió mareos, la espalda húmeda, estaba herida, la hirieron con arma blanca, hirieron su orgullo, se aterró. ¿Viviría? ¿Podría comer al otro día con su familia?

Varias personas la rodearon; unos con la mirada perdida en la insensibilidad y otros, los menos; para saber en qué ayudaban. La ambulancia llegó con prontitud, a ella se le hizo una eternidad, los nervios desechos. Ya con el auxilio de los paramédicos pudo llorar, su vida no estaba en peligro.

El Día Internacional de la Mujer lo pasó en el hospital, mirando y escuchando en la televisión discursos en favor de sus congéneres. Por fortuna salvó la vida, ahora se recupera de los nervios, del temor. Con rabia extra: del hospital mandaron llamar al ministerio público y éste jamás llegó a cumplir con su obligación, el delito no aparecerá ni en las estadísticas.

Cambiemos de escenario, miremos al estado de México, en un municipio colindante a la ciudad de México, el hecho también sucedió en días recientes. Él salió de un restaurante después de la comida que en cada día de pago organizan en su oficina.

Serían las 8 de la noche. Como estaban varias personas esperando un “libre”, prefirió caminar para tomar el transporte en otra calle. De repente se percató de que lo seguían dos individuos y echó a correr con todas sus fuerzas, ellos hicieron lo mismo, la persecución no cesaba, así que él se escondió sobre un pequeño techo que flanquea la puerta de entrada a una casa.

Casi consigue el objetivo, pero para su mala fortuna, el ruido de la lámina del techo llamó la atención de sus moradores y encendieron la luz de la marquesina. El resultado; los posibles ladrones lo atraparon, pero no eran amigos de lo ajeno, eran dos policías.

Los judiciales invitaron a los dueños de la casa para que demandaran al joven por intento de allanamiento de morada. La familia explicó que no lo haría pues consideraban que sólo se había subido a la marquesina y que no percibieron intento de entrar a la casa.

De todas maneras, lo llevaron ante el ministerio público. En esa representación social le solicitaron el número de teléfono de un familiar. La mamá del joven se presentó y le dijeron que, para no consignar a su hijo por “x” delito, necesitaban la friolera de 25 mil pesos.

La señora, con la angustia de saber que su retoño estaba en peligro de perder la libertad, en lugar de recurrir a un abogado —pues sin parte acusadora el asunto era “pan comido”— se abocó a conseguir el dinero para estos otros amigos de lo ajeno, ya que sus ahorros no le alcanzaban para cubrir la cantidad.

Hoy, el agente del ministerio público y los dos judiciales tienen en sus manos $25 mil pesos a costa de una familia honrada, sin poder, ignorante del derecho, sin influencias. Ahora, en lugar de ahorros para “meterle” a su casita, a esa familia le incrementaron la rabia que siente por la impunidad y la desilusión por México.

Estos sucesos que se integran a la suma de lo que a diario padecemos los mexicanos, no aparecen en los discursos, en las estadísticas. Laceran nuestro espíritu, nuestro patrimonio, nuestro patriotismo. Son males de los que desafortunadamente nos enteramos, sin importar el partido político que encabece la región.

Se está abonando el terreno para que germine la violencia general, la desilusión ante la ley, la toma del camino fácil para obtener ingresos económicos, la indiferencia social. Los mexicanos no somos así, nuestra esencia la compartimos, por ejemplo, durante los temblores de septiembre de 1985: solidarios, trabajadores, optimistas, con esperanzas, organizados. La partidocracia nos está aplastando.

Un breve parpadeo: en la semana intenté ir a Paseo de La Reforma por la avenida Morelos, después de visitar el centro de la ciudad. A la mitad me encontré un corte de circulación y nos desviaron por Humboldt, y fui a parar a Reforma pero a la altura de la calle Balderas. En la desesperación por tremenda vuelta, me vi obligada a dar una vuelta prohibida por la calle Hidalgo para encarrilarme hacia mi destino. Es lamentable que la policía realice cortes de circulación y no cubra con señales apropiadas y personal de tránsito, las rutas alternas que uno debe tomar para proseguir con su camino. Esto último se hace en cualquier país organizado del mundo, donde los servidores públicos tengan ganas de ser útiles.

El Universal (13 de Marzo de 2008)
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